Con un sordo clamor de odio infinito
Por la calle transitan los sonámbulos
Y mecánicamente van andando
Obedientes al amo despiadado
Más esclavos que aquellos que vinieron
Hace siglos, de grilletes cargados.
Sin almuerzo, merienda o desayuno
Languideciendo en un forzado ayuno
Con zapatos de “diplo” y peste a grajo
Colgados de la guagua, especie en extinción
O en bicicleta china, frágil y mal hecha
De freno inseguro y recio timón.
Esos cuerpos sin alma esclavizados
Con cadenas de hierro lacerantes
No por invisibles menos espeluznantes
Prosiguen sus calvarios, abandonados
Al parecer de Dios y del Destino
Sin consuelo arrastrando su cruel sino.
Sin luz ni esperanzas, pobre pueblo
Ha perdido la fe en el futuro
De tanto paraíso prometido
Solo un infierno cruel ha conocido.
Ya no hay en que creer, ya no hay razones
Para heroísmos vanos que terminan
En colmar la ambición de los tiranos
Que superan al monstruo que derriban.
Pobre pueblo infeliz, incauto y sano
Que creyó ciegamente en las promesas
De aquel falso profeta, dios pagano
Que resultó el peor de los truhanes.
Aquel de barba luenga y cuerpo airoso
Cuya estatura inmensa empequeñece
A medida que el mando lo envilece
Y llega a creerse todopoderoso.
¡Que destino terrible el de este pueblo
Condenado a penar en las tinieblas
Aclamando al verdugo que lo ahoga
Y no lo deja ver la nueva aurora!
Apiádate señor de sus pesares
Alivia en lo posible sus andares
Que puedan algún día pródigos hijos
La tierra ennoblecer con tus cantares.
Mientras tanto me alejo, con tristeza
En pos de mi adorada libertad
Sabiendo que esta tierra y su belleza
Jamás mi corazón olvidará.
La Habana, 1993
viernes, 25 de julio de 2008
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