La Habana es una ciudad indescriptible. Ecléctica, a un tiempo agónica y espléndida, impregnada de sol y mar, de “trapo y lentejuela”, escandalosa y fina, regia y humilde, luz y sombra. Cuarenta años anduve recorriendo sus calles, viví en sus barrios y trasnoché en sus balcones. En las aceras de Lawton salté la suiza con mis amiguitas, prediciendo el futuro con aquellas curiosas preguntitas: ¿cuantos hijos vas a tener? ¿hembra, varón, enano cabezón?.
En Centro Habana en cambio jugué desde mi balcón con la vecinita de enfrente, a gritos contándonos las hazañas de nuestras muñecas, mientras los varones “mataperros” se tiraban piedras en la callejuela. Desde mi ventana veía el mar cada mañana, y con mi abuelo el “gallego” iba al parque Maceo o recorría el Malecón, que años después fuera testigo de mis primeros besos.
Tuve la suerte de vivir y trabajar en varios lugares, y la desgracia de necesitar la guagua y el camello, aunque al final pude disfrutar de los almendrones para ir desde la Víbora hasta Miramar, pasando por el Capitolio donde el trasbordo era a veces difícil, aunque me compensaba ver cada día el mar, unas veces sereno, como un azul espejo, y otras gris y embravecido, salpicando a transeúntes y edificios.
Ahora vivo en una ciudad tranquila, capital de una provincia española, coqueta y limpia pero un poco insípida, sin mar ni sol ni espontáneas sonrisas. Mis pies me arrastran por sus calles iguales, casi siempre mojadas, con colores sin brillo. Mas en mi sueños sigo recorriendo esas calles, las más lindas, las de los flamboyanes. Las pestilentes ya las he olvidado, solo conservo los paisajes claros, los olores de flores y frutas tropicales. Ay la memoria, ¡como discrimina!
Se que en el mundo hay otras mil ciudades, verlas todas quisiera más que en postales. Pero se que mi Habana seguirá siendo siempre la preferida, la “muy ilustre, noble y benemérita”, como reza en casi todos los escudos, y en el nuestro cabría añadir "la sufrida, pero idolatrada". Da igual que sepa de las alcantarillas, de la basura que se acumula, de los edificios que caen, de los perros callejeros, de las ratas y de las cucarachas. Se de toda la inmundicia, volví a verla cuando estuve hace poco y sin embargo, la sigo idealizando. Voy a Madrid y la miro potente, esplendorosa, pero no se compara con mi Habana quejosa. Espero que podamos, “mas temprano que tarde”, restaurar esa joya que agoniza, reluciendo a pesar de las cenizas.
Prólogo monstruoso
Hace 1 minuto
8 comentarios:
Puedo comprender la necesidad del ser humano de sentir añoranza, nostalgia, por sus raíces, país o ciudad. Es poético, y un recurso recurrido en los grandes escritores y en aquellos que emigran, y lo más probable es que sea verdad como no puede ser de otro modo. Pero yo no debo ser humano. Yo no siento nostalgia por Cuba. Quizás me he rebelado en demasía. Quizás he cortado el cable de enlace a La Habana a propósito, y por eso vago en el limbo de la identidad, como ya escribí en otro post. Sin embargo, claro que recuerdo todo, claro que sé de dónde vengo, claro que sé lo que significa la nostalgia. Pero no lo atestiguo. Y hablando humanamente, es como si tu amor de toda la vida te dejara para siempre. ¿Entonces qué sientes? Y ella o él, tu amor cladestino, te responde "sólo amigos". Pero con Cuba ni siquiera eso. Porque cada intento de acercamiento es un problema a la N potencia multiplicado por una serie infinita de dos. Cada vez que quiero relanzar la amistad es un billete verte con pezuñas sin limar, y ya sabemos que la amistad no tiene precio. Cada vez una cola desproporcionada en los consulados cubanos con trato incluido de persona ingrata, mal hijo, mal nacido que te has ido, como si fuésemos unos burros perfectos, cola incluida. Así no puedo sentir nostalgia. De hecho, el simple efecto de emigrar me convierte en una persona aseptica, estéril, arrancado, desprendido, puro y sin bacterias.
Hola Accrey, gracias por tu comentario. Hoy me dió por eso, pero normalmente hago como tú. Por eso entiendo perfectamente tu excepticismo, y que te protejas con la coraza de la indiferencia. Yo también lo he hecho mucho tiempo, y no quiero regresar, ni restablecer lazo alguno, pero no por eso voy a borrar mis recuerdos, que botar el sofa no sirve de nada. Un saludo,
Ana
Hola Ana, pues está muy bien tu blog new-born;-) La nostalgia es inevitable, no es fácil recorrer una ciudad sabiendo que es poco probable encontrar un conocido, no se puede encerrar las vivencias de cuarenta años, las esquinas, los olores, los ruidos y echarlos por el tragante para vivir mejor, la amnesia no me va bien, por eso me encantó descubrir el blog de Ivis y sus nostalgias, desgranadas con mucho oficio, tan parecidas a las mías... Las tuyas de esta entrada lo son también, porque somos contemporáneas, viví 25 años en Centro Habana y ahora vivo en Alcalá...
Dice Galeano en su genial Libro de los Abrazos que,
"Sí, sí, por lastimado y jodido que uno esté, siempre puede uno encontrar contemporáneos en cualquier lugar del tiempo y compatriotas en cualquier lugar del mundo. Y cada vez que eso ocurre, y mientras eso dura,uno tiene la suerte de sentir que es algo en la infinita soledad del universo: algo más que una ridícula mota de polvo, algo más que un fugaz momentito"
Me alegra encontrarte y te linkeo desde mi pantalla azul, un beso
Yo creo que la diferencia está en que la Habana no me dejó a mí sino al revés, yo la dejé a ella, por las mismas razones por las que está agonizando y se nos va de las manos... que no puedo controlar.
Con los blogs la recordamos en posts como este o algunos que he leído tuyos, ACRey, y ese idilio ha crecido, es lógico... pero al menos ya no lloro cuando veo documentales sobre ella... ahora la veo más cerca, ahora puedo hablar de ella y leer de ella sin que me remuerda la conciencia por haberla dejado... esa "terapia de grupo" creo que funciona bien :-)
Saludos desde Berlín! un poco trasnochados, pero habaneros en esencia! Por cierto, ahora estoy oyendo a Toto (si no, me duermo, jaja) y me he acordado de las fiestas de cuando estaba en el pre y de cómo caminábamos por las calles de esa Habana los muchachones todos juntos hasta repartirnos en nuestras casas..........
Ah, Betty, qué cita más linda......
Gracias Betty por tu comentario, que es todo un artículo. A ver donde encuentro el libro de Galeano, que me has dejado con ganas de leerlo. Aguaya, si que funciona la terapia de grupo. Sigo leyendo este libro infinito y especial que voy descubriendo en nuestra blogosfera. Besos a todos desde Asturias.
Yo Ana, aunque tarde aquí te dejo también mi comentario. Me ha gustado mucho tu artículo escrito desde el sosiego y la nostalgia razonable.
A mí también me pasa que deliberadamente olvido las cosas malas de mi Habana y recuerdo sólo las buenas.
¿Sabes lo que más me emocionó en miúltimo viaje? Sentarme en un banco de la calle Paseo por la noche y experimentar esa conexión con la tierra y esa paz de espíritu que aquí seme hacen tan difíciles.
Un abrazo.
Soy habanero como tú. Vivía en la Rampa así que caminaba bastante hasta el parque Maceo, el Instituto del Libro en Belascoaín. Traduje varios libros del ruso al español para el IL. LLevo cerca de un cuarto de siglo fuera de Cuba y creo que ya pasé la difícil etapa de la nostalgia. Si quieres podemos colocar vínculos a nuestros blogs para aumentar la circulación.
el mío es:
http://www.wesbri.blogspot.com
enviame la http del tuyo y lo agrego a mi lista de enlaces.
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