Una vez cuando era niña – tendría unos seis o siete años – cayó en mi balcón centrohabanero un pequeño gorrión todo mojado, que no podía volar. Inmediatamente lo adopté como mascota. Queriendo alimentarlo busqué un gotero y empecé a darle agua, leche y todo lo que se me ocurrió. Cuando se lo enseñé a mi madre el pobre gorrión estaba más muerto que vivo, con el buche hinchado, desplumado. Me explicaron que esa no era forma de cuidar a un ave, que no se podía alimentar así, que lo estaba matando. Además, me aclararon que las aves de esa especie no eran capaces de vivir en cautiverio, se morían de tristeza, simplemente. Pero yo no quería desprenderme de mi cautivo, era el primer animalito que tocaba con mis manos, nunca había tenido una mascota – a excepción del catey de mi abuela, pero ese se defendía de cualquier aproximación con un pico poderoso y muy malas pulgas. Finalmente me convencieron de soltarlo en una azotea colindante. Nunca supe si el pobre sobrevivió a mis malhadados cuidados.
Tomeguín del pinar, tomado de: www.icuban.com
Poco después mi padre – que vivía en Lawton - me regaló una pareja de tomeguines del pinar. Me explicó que no los podía apretar en la mano porque eso les hacía daño, pero yo quería tocarlos así que a veces él sacaba a uno y se las ingeniaba para que comiera en su mano sin escapar mientras yo le tocaba un poco la cabecita. No creo que al pobre tomeguín le gustara la fiesta, pero yo estaba encantada. Mas un día que mi padre no estaba, impaciente por saludar a mi amiguito abrí la jaula e intenté atraparlo, pero seguramente mi manita dejaba suficiente espacio y el pícaro escapó, aunque mi abuela llegó a tiempo para cerrar antes que escapara el otro. Lo dimos por perdido, no sin que antes derramara yo mis gruesos lagrimones.
Sin embargo, horas después regresó en busca de su amada cautiva, ¿pueden creerlo? Para entonces ya mi padre había llegado y rápidamente cerró todas las ventanas y con una toalla logró atrapar al romeo alado que a su pesar hubo de volver a la jaula junto a su compañera. Cambió la libertad por el amor. ¿Se habrá arrepentido el infeliz? Tal vez no, porque dice la página de donde tomé la imagen que estas aves se emparejan de por vida, y que no sufren demasiado enjaulados (¿se lo habrán preguntado?).
Debería ser posible siempre para aves y humanos disfrutar de esos dos bienes a la vez, sin tener que renunciar a ninguno de ellos, pues junto con la salud, me parecen lo más importante de la vida, aquello sin lo cual no es más que mera existencia, casi vegetativa. Yo creo que yo soy más gorrión que tomeguín, por eso, aunque separada por muchas leguas, y tal vez para siempre de gente a la que amo, bato mis alas grises con toda la alegría que me dan estos aires en los que puedo volar sin temor a que me "enjaulen". Aunque hay días que - como a todos - me atrapa fuerte "el gorrión".